EL 20 DE JULIO, NARIÑO Y LAS ELECCIONES

Por EURIPIDES CASTRO SANJUAN Doctor en Ciencias Políticas
Desde hace dos siglos nos han contado una “historia Rosa” sobre nuestra independencia de España, a partir de la faena gloriosa con un florero ajeno. Ese ha sido el discurrir. A nosotros nos han educado con “Rin Rin Renacuajo”que nos trasluce un batracio cachaco “muy tieso y muy majo”, lo que tiene que ver con un programa de aprendizaje en gran medida adecuado para que el pueblo viva en una nube de fantasía. Mientras tanto, en otras latitudes enseñan “Las mil y una noches”, “El Príncipe”, “la toma de la Bastilla”, “las Troyanas”, “la Odisea”, “La Carta Magna” entre otros, que desde luego hacen la diferencia.
En todos los estadios de nuestra vida republicana subsiste la marginalidad. Después del golpe de suerte del 20 de julio de 1810, favorecido por la invasión de Napoleón a España, la abdicación del Rey Carlos IV y el desplazamiento del Príncipe por “Pepe Botella” Bonaparte, la elite criolla se reunió para seguir proclamando a Fernando VII y brindarle pleitesías al virrey Amar y Borbón. En cambio, corrieron a derogar las leyes de indias que favorecían a los indígenas y esclavos, para así adueñarse absolutamente de su fuerza de trabajo y de las ricas tierras de los resguardos, tal era, su razón de independencia. Solo la tenacidad de José María Carbonell (quien no aparece en la historia Rosa de los próceres) y la enjundia de Antonio Nariño después, lograron crear algunas condiciones favorables al pueblo, ganándose con ello, el repudio de la Fronda Criolla, que los veía enemigos de sus intereses particulares.
No obstante que los Griegos concibieron la idea del ciudadano y con ello, la noción de que los ciudadanos se unieran sobre la base de algún tipo de igualdad política para participar en las decisiones sobre asuntos comunes que les atañen, en Colombia, desde “la libertadura” del 20 de julio de 1810, se mantuvo por muchos lustros las restricciones del Voto censitario, capacitario y ligado a la Renta y la propiedad. Con la escisión de la Gran Colombia, la Constitución de 1832 y en las demás cartas del siglo XIX se estuvo siempre por resolver el problema de a quienes debía considerarse como nacionales, para que así pudieran ejercer actividades electorales, desplazando a menudo a los esclavos y jornaleros, que eran la mayoría en el país (Castro Eurípides. Mecanismos Const. de Participación Ciudadana.Pag.30. Ed. 2014), blindando en el poder a los núcleos sociales donde se había concentrado la riqueza y los privilegios
Antonio Nariño, en su grandeza, estuvo contra la forma de cómo se hacían las elecciones a partir de 1810. Y en el Acto de instalación del Congreso del 6 de mayo de 1821, en Villa del Rosario de Cúcuta, se pronunció, por primera vez en Colombia, sobre el Sufragio Universal, en clave soberanía política como elemento de nacionalidad, mostrando su talante democrático y, con un discurso entre Republicano y Smitsoniano, se adelantó a los tiempos refiriéndose a las prohibiciones electorales que sustraían del voto a los desheredados, que exigía la posesión de una renta y propiedad para tener derecho a elegir, ser elegido y desempeñar cargos públicos: “Que no se hable, entre nosotros, sino de virtud y mérito para los empleados, sin que la riqueza sirvan de medida para las elecciones”(Liévano Aguirre. Grandes Conflictos pág. 98. 2 Tomo, 4° Edición-2018).
Es decir, Nariño ya hablaba en 1821 de Meritocrácia, lo que alarmó a los herederos de los encomenderos, como al nefando Vicente Azuero, uno de los artífices de la guerra civil en la “patria boba” y que había conjurado contra Nariño, para no tener en cuenta ni los consejos de Bolívar ni la posición democrática del Precursor en la Constitución del 21. Hoy todavía nos pesa ese hecho de la historia, lo que nos obliga en nuestra era, a conducirnos con un anacrónico Código Electoral que ha perdido vigencia legal porque fue expedido mediante Decreto Presidencial bajo la sombra del derogado Estado de Sitio de la Carta del 86, Estatuto que solo sirve como abono a la corrupción electoral.
Deviene apodíctico entonces, que nuestro subdesarrollo ante el circuito de naciones, sobreviene por la manera como aquí se han creado algunas las Leyes, porque en su mayoría no son de carácter general (Erga Omnes), si no que se han moldeado en favor o en contra de un sector de la población. Y eso no es nuevo. El actual Congreso tiene a la sazón, la tarea histórica de implementar leyes generales, acordes a nuestra era, que nos coloquen a tono con las Tics, con la nueva revolución industrial y que ayuden a estrechar la zanja de marginalidad legendaria en nuestra nación.
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