LOS ESCANDALOS NO DEJAN VER LA CORRUPCIÓN -Margarita Cabello y la exaltación a la mujer Caribe-

Por Eurípides Castro Sanjuán
Cuando se le endilga protervamente a alguien de las acciones que han realizado otros, para que recaiga la culpa solo en ese alguien, se le denomina “chivo expiatorio”. Un chivo expiatorio también es conocido como “Cabeza de Turco”cuyo origen se halla en las cruzadas. La animadversión de los cristianos contra los turcos hacía que fuese muy valorado el lograr matar a uno de ellos, luego, se le cortaba la cabeza para ser puesta en cualquier estaca, a modo de trofeo. Así, se le endosaban a los turcos, todos los males sucedidos a los cristianos, no sólo en el terreno de batalla, sino también aquellos ajenos a su voluntad.
Aquello me hace recordar un grafiti en las paredes de Bogotá con la frase satírica que decía: “haga patria, mate un costeño”.
En los grandes medios de comunicación de la capital, saltan escribidores hurgando entre líneas para ver a que Caribe le van a caer encima, cómo lo trataron de hacer con base solo en rumores, a la Dra. MARGARITA CABELLO, por tener la osadía de ganarles la silla de la Procuraduría General de la Nación, en franca lid. Ella es un orgullo Caribe, tan nuestra como las playas, la brisa y el mar. Primera mujer en ese digno cargo. Y con una hoja de vida intachable, ganada a pulso en la Rama Judicial.
En tanto, nuestras diferencias geosociales son debido a la conformación física del país (compuesta por regiones separadas, diversas y con escasas vías de comunicación) haciendo con ello, que parezcamos distintos países dentro de una frontera, por lo que da lugar a una nación dividida, fraccionada, donde los “otros o nosotros” no estamos articulados con el núcleo, solo nos vinculan, para distraer, con escandalitos y echarnos el agua sucia de la gran roña guardada debajo de la neblina de los riscos. Por ejemplo, existen diferencias en el origen de deportes, tal como, el juego de “chequita” que es desconocido en el centro, y a su vez “el tejo” para los caribes es una extravagancia. Así como la abrupta geografía, el conflicto armado y el narcotráfico también han hecho una flaca ayuda a la integración.
En nuestros días parece una constante que todo lo malo en Colombia naciera y se reprodujera en abundancia desde la Costa Caribe. “El cartel de la toga”, navelena, odebrecht, la parapolítica, los comedores escolares, la gobernación de la guajira, los Nule, los niños wayuu desnutridos, la compra venta de votos, como si esto fuera una tendencia profundamente arraigada en la cultura que afectaría los códigos morales más profundos de nuestra región, por cuanto en cada uno de ellos siempre hay uno o dos costeños, y como si fuera poco, uno o dos personajes de origen “turco” (árabe).
Pero no es exactamente así. Revisando la Historia, vemos que Don Antonio Nariño, “santafecino de pura cepa”, fue el primer presidente de Colombia (vice) acusado y llamado a juicio por corrupción. Sin contar que antes de la independencia fue acusado también y condenado por realizar “un auto-préstamo” de las arcas de la Iglesia, por ser el guardador de los diezmos depositados por los católicos Neogranadinos.
Los grandes desfalcos a la nación se han hecho siempre desde la 7°, pero allá siempre buscan chivos expiatorios oriundos de la periferia para tapar el alto grado de corrupción, en el centro de Bogotá. La capital es la médula de los grandes negocios y negociados de éste país. Lastimosamente encuentran “las cabezas de turco” en personajes de origen árabe nacidos en estas latitudes, cuyas testas ofrecen, para distraer la mirada de los grandes escándalos. Como por ejemplo el de “REFICAR” (está calladito), el Guavio, Hidroituango, puentes, metros, túneles, etc., donde han tenido “las manos metidas” algunos grandes dirigentes y empresarios del país, más exactamente, oriundos de la región andina.
Lo anterior nos pone a pensar que la estrategia de las elites capitalinas es la de achacarle a los costeños varios micro escándalos por corrupción para tapar el grande hueco por donde se desangra la hacienda pública. Y mediante una falacia, repetitiva en los medios, hacen creer que los bandidos solo nacen en el caribe colombiano, cayéndole todo el rigor de la ley, por haber dado “papaya”. Encubriendo lo que ha existido históricamente, que es un acomodo entre élites nacionales, regionales y locales, donde las primeras dispensan a las segundas de un amplio grado de autonomía a cambio de su respaldo y, le añaden de ñapa, el “dejar hacer, dejar pasar”. El elitismo que dicha jerarquía envuelve y que enlaza un sentido de privilegio, que es el de no estar sometido a regulación alguna, provee un poder inconmensurable a quien hace parte de la misma. Por eso se han acuñado refranes como “la ley es para los de ruana”, que podríamos cambiar despectivamente ahora con el de: “la Ley es para los corronchos”.
Deviene apodíctico entonces, replantearnos como sociedad, con la necesidad de armonizar el ejercicio de la actividad pública con los mandatos superiores de la moral en su sentido más amplio, que es el de la conciencia del deber ser. Por supuesto, sacado desde lo más profundo de la conciencia, de nuestro propio yo, sin endilgarle a solo unos, las causas y consecuencias en la que todos estamos comprometidos como nación.
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