#LaOpinionDeColmenares.La deuda que no es nuestra

Por Luis Alfonso Colmenares Rodríguez @LColmenaresR
Por mucho tiempo he observado, con una mezcla de asombro y decepción, cómo algunos políticos de La Guajira, congresistas, diputados, concejales y gobernantes, han desarrollado una curiosa convicción: creen que somos nosotros, los guajiros, quienes les debemos a ellos. Como si el hecho de ocupar un cargo público les otorgara automáticamente un derecho a la reverencia, al aplauso, al silencio cómplice. Como si el pueblo tuviera que agradecerles por existir.
ES NOTICIA HOY:
Esta inversión de la lógica democrática no es solo absurda, es peligrosa. Porque cuando el poder se acostumbra a vivir del olvido ajeno, cuando se instala en la comodidad de la impunidad y la indiferencia, deja de ser una representación y se convierte en dominación. Y eso, en una tierra como la nuestra, donde la pobreza multidimensional convive con la riqueza natural, donde la cultura resiste a pesar del abandono, es una traición que no podemos seguir tolerando.
Escucho y leo discursos que parecen escritos por asesores que nunca han pisado una ranchería. Promesas que se repiten cada cuatro años como si fueran nuevas, cuando en realidad son recicladas de campañas anteriores, apenas maquilladas para sonar modernas. Algunos políticos guajiros se la pasan paseando por Bogotá como si fueran embajadores de una tierra exótica, y regresan a La Guajira solo cuando hay fotos que tomar o votos que recoger.
Pero mientras tanto, ¿qué pasa con nosotros? ¿Qué pasa con el niño que camina kilómetros para conseguir agua? ¿Con la madre que espera atención médica en un hospital sin insumos? ¿Con el joven que sueña con estudiar pero no tiene cómo pagar un pasaje? ¿Qué pasa con el abuelo que aún cree que el Estado algún día lo recordará? ¡Nada! O muy poco.
Porque para muchos dirigentes guajiros, el pueblo es una estadística, una cifra útil en época electoral, una sombra que se desvanece cuando se apagan las cámaras. Y eso, más que indignante, es profundamente doloroso.
Yo no escribo esto desde la rabia, aunque la rabia me acompaña. Lo escribo desde la conciencia de que el silencio también es cómplice. De que callar ante la negligencia es perpetuarla. De que si no exigimos, si no señalamos, si no recordamos, entonces sí seremos responsables de la deuda que nos han querido imponer.
Señores políticos: los guajiros no les debemos. Son ustedes quienes tienen una deuda histórica con La Guajira. Una deuda que no se paga con discursos ni con obras inconclusas. Una deuda que exige compromiso real, presencia constante, decisiones valientes.
La Guajira no necesita más promesas, necesita resultados. No necesita más visitas fugaces, necesita políticas sostenibles. No necesita más excusas, necesita voluntad. Y sobre todo, necesita políticos, gobernantes y dirigentes que no entiendan el poder como un privilegio, sino como una responsabilidad.
Yo soy guajiro, y como muchos, he aprendido a resistir. A construir desde la escasez, a celebrar desde la esperanza, a luchar desde la dignidad. Pero también he aprendido a exigir. Porque amar nuestra tierra no significa aceptar su abandono. Significa defenderla, cuidarla, protegerla de quienes la ven solo como un trampolín para enriquecerse.
Así que este mensaje no es solo una crítica, es también una invitación. A que despertemos como ciudadanía, a que dejemos de aplaudir lo mínimo, a que cuestionemos lo que se nos presenta como inevitable. A que recordemos que el poder reside en nosotros, y que ningún cargo público está por encima del pueblo que lo eligió.
La Guajira merece más. Merece representantes que la conozcan, que la sientan, que la sufran y la sueñen. Merece políticas que respeten su diversidad, que fortalezcan su cultura, que protejan su territorio. Merece justicia, equidad, dignidad.
Y nosotros, los guajiros, merecemos que se nos respete. Que se nos escuche. Que no se nos reconozca como deudores, sino como los verdaderos acreedores de un sistema que ha fallado muchísimas veces.
Porque al final, la deuda no es nuestra. Es de quienes juraron servirnos y decidieron servirse. Es de quienes prometieron representarnos y terminaron representándose a sí mismos. Es de quienes olvidaron que el poder sin ética es solo una forma elegante de corrupción. Y esa deuda, tarde o temprano, tendrá que pagarse.
Y como dijo el filósofo de La Junta: “Se las dejo ahí…” @LColmenaresR